viernes, 20 de noviembre de 2020

Escritora invitada: Raquel Pietrobelli, desde Chaco

 VIDA GRIS









Aurelia se levanta pesadamente.
El día estaba gris. Una llovizna tenaz y el viento helado le auguraron su sempiterno dolor de huesos.
Las chapas negras de cartón silbaban no sé qué extraño tango triste, y los tarritos de dulce de duraznos tintineaban al son de las gotas que el techo agujereado dejaba pasar.
Se mira en el espejo fucsia de la pared. Se mesa los cabellos grises, que hacen juego con su vida también gris. ¿Esa vieja vencida es ella?...Profundos surcos cruzan su frente, el viejo rictus de desesperanza es cada vez más tétrico.

Muchas cosas juntas le dio Dios a Aurelia en su gris vida...Vida de mierda.
Esta pobreza es una plaga, piensa, todos los días de su vida.
Está apoyando el pocillo cascado sobre el mugroso hule, cuando ve el patrullero estacionar al frente de la casilla.

- Señora... ¿Usted es la esposa de Bartolo Suárez?... Le comunicamos que su esposo falleció esta mañana, de un ataque cardíaco, en su celda. Ya se realizaron los exámenes de protocolo, señora. Puede ir a retirar el cuerpo cuando quiera, para su funeral.

Los miró, con el cansancio total de siempre. Su inexpresividad no alteró a nadie. Todos sabían que era mujer de carácter, una luchadora. La vida le había deparado infaustas sorpresas, y no era de andar demostrando sus lágrimas por ahí.

Los despidió.

Una sonrisa ancha como el sol, le iluminó la cara.
Miró a su nietita en la cuna. Una oleada de amor la invadió por primera vez. La alza y la estrecha fuertemente. Ella la va a cuidar y defender, como ya crió a sus seis hijos. Sola. Siente una sensación rara. Es como una humareda caliente que le rebota en el corazón.
Todo salió como ella quería.
Cierra los ojos y siente que la pesadilla que vivió fue tan sólo una cruel película, un mal sueño.
Su vida se desbarrancó cuando murió su marido.

Quedaron seis bocas con hambre, seis almas demandando cuidado. Fue allí que empezó a trabajar por horas en casas de familia. Los más grandecitos lavaban parabrisas en la 9 de Julio, a los más chiquitos los llevaba a comer a "Los Piletones", el comedor de Margarita Barrientos, en Villa Soldati.

Así la vida se deslizaba pesadamente, cada día que pasaba, era una batalla ganada.
En la Villa 31 todos la respetaban. Sabían de su diaria lucha en soledad. Los vendedores
de paco, agachaban la cabeza cuando se encontraban con Aurelia. Sabían que sus retoños debían ser respetados. Si no, se las verían con ella.

Cuando escuchaba alguna balacera en el barrio, daba gracias a Dios si sus hijos ya estaban en casa. Era fácil contarlos. Dormían apiñados en la misma habitación-comedor-cocina. En invierno era pasable, pero en verano se asaban en ese cuchitril. La vida es dura...Vaya si lo sabía.
Pasaron dos años de quedarse viuda, cuando lo conoció al Cholo. Era albañil del vecindario, y un día le vino a pedir hielo. Otro día, una taza de yerba. Otro día, tomaron mate juntos. Antes del mes, ya se trajo sus pilchitas, y amaneció en la casa.

Al principio, todo fue bien. Aurelia creyó que la ayudaría a criar a sus hijos.
Duró poco la buenaventura de tener un hombre en la casa. El Cholo tomaba mucho...Y tenía mal carácter. Cuando Aurelia se dio cuenta, ya era tarde.
Terminó trabajando ella, para sostener sus tragos. Agachó la cabeza. Siempre pensó que la vida era sufrimiento. Prefería eso a estar sola otra vez, a la buena de Dios. Una mujer necesita un hombre al lado. Para que la respeten. Eso le habían enseñado siempre.
Aparte, cuando el Cholo no estaba tomado, era muy bueno, y hasta hacía algunas changas.
Toda la hecatombe sucedió en tan sólo un día...

Descubrió la panza incipiente de la Cinthia, su hija de trece años. La vergüenza de los vecinos, la yuta en su casa...El Cholo preso.
Pasó un año…

- Te perdono Cholo. Porque te quiero...Y capaz que la Cinthia te buscaba, como vos me contaste... ¿No es cierto?
Desde esa vez, cada dos días le llevaba la comida, se esmeraba mucho para que el Cholo comiera bien. Y así hacerse perdonar por haberlo mandado a la cárcel.
Abre los ojos, y vuelve a la realidad.

Todo salió como ella quería...

Tomó la bolsa red. Se va a la panadería a comprar medialunas. Tiene ganas de tomar unos buenos mates.

De golpe se da cuenta que el sol está barriendo las nubes, y el cielo ya tiene pinceladas de azules.
Los árboles estaban ya reverdeciendo... Después de todo, el invierno pasó rápido.
Cuando pasa por el baldío, tira la cajita de "Zelio" a la zanja, y se va cantando bajito.
Por primera vez…En muchos años…Se da cuenta que está feliz.

Raquel Pietrobelli
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