LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS (La Kristalnacht)
Los sucesos acontecidos en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, fueron la puesta en marcha de la llamada “solución final”. Han transcurrido 55 años de la Cristalnacht (La Noche de los Cristales). En el transcurso de una noche, el furor antijudío, bajo las órdenes de Joseph Goebbels, culminó con la detención de 30.000 judíos, la destrucción de 191 sinagogas y el saqueo de 7.500 comercios.
Algunos años antes, cuando quemaron públicamente sus libros en la plaza pública, S. Freud expresó, no sin ironía y profundo dolor: “¡Qué progresos estáis haciendo! En “la Edad Media me hubieran quemado a mí. Hoy se conforman con quemar mis libros”.
No se conformaron. El holocausto fue implementado.
El discurso nazi promovió el “ser”, la supremacía de la raza aria, “ser-raza-superior”. Sus pilares fueron la estructura militar, la educacional y la propaganda. Sus redes: las que proporcionó el avance de la ciencia, las redes de comunicación y la red de ferrocarriles. Sin estas redes, los campos de concentración no hubieran sido posibles.
Con respecto a la faz educativa, es importante leer el libro “Educación para la muerte”, escrito por el pedagogo Gregor Ziemer, fundador y director de la escuela de la embajada de EE.UU en Alemania a fines de la década del treinta. Ziemer logró penetrar en los recintos sagrados de los centros educacionales nazistas, previa lectura del manual escrito por el ministro de Educación, Herr Bernhard Sust, bajo la supervisión de Hitler.
Es significativo que al maestro no se lo llamara Lehrer sino Erriejer, palabra que sugiere que no se trata de instruir sino esencialmente de ordenar, apelando a la fuerza en caso de necesidad. En el manual se establecía una fe única en la Nación y el Fuhrer decretaba que todas las inteligencias debían ser iguales para fundirse en la Gran Conciencia del Estado.
La educación se consideraba satisfactoria sólo cuando los estudiantes hubiesen aprendido a someterse a la autoridad y a adaptarse al casillero que les ha destinado el Partido Nazi*. De la lectura del libro resta la muerte como ideal, en obediencia debida al Führer, quien dijo: “Dejad que los niños vengan a mí, pues ellos me pertenecen hasta la muerte”.
Se crearon clínicas prenatales para controlar la pureza de la raza aria; clínicas de esterilización donde se vaciaban los vientres de las consideradas retardadas, débiles, locas, además de las de espíritu rebelde. Se alentaba a las mujeres a aparearse con soldados arios, evitando los lazos afectivos, puesto que “el ser” debía “ser” sólo para el líder y los hijos donados a él.
George Steiner, en su libro “El milagro hueco’, dice: “Todo lo qué ocurría era registrado, catalogado, historiado, archivado. Es nauseabundo y casi intolerable recordar lo que fue hecho y hablado, pero es necesario hacerlo. En las mazmorras de la Gestapo, los estenógrafos registraban cuidadosamente los ruidos del temor y la agonía arrancados a la voz humana, retorcida, incinerada o apaleada. Cuando los rabinos polacos eran obligados a limpiar las letrinas con las manos y la lengua, estaban presentes los oficiales alemanes que tomaban apuntes del hecho, los fotografiaban y ponían glosas al pie de las fotografías”.
Los ejemplos abundan y dan cuenta de que sus actos fueron demasiado humanos pues es de los hombres operar sobre cuerpos para hacer surgir un goce que no deja de ser una dimensión de descenso hacia la muerte.
El campo de concentración, lugar donde los números grabados en la carne de las víctimas reemplazaron a los nombres, fue sostén de una economía basada no sólo en la guerra sino en la industrialización de la muerte. La muerte como “amo” absoluto reinaba en el ideal nazi. La exigencia de entrega ciega a sus postulados conllevaba la supresión de la diferencia entre los sujetos, con-fundidos en la masa, con la consiguiente pérdida de los lazos de filiación y la indiferencia ética.
El nazismo insiste. Aún. Imperio da lo mismo, rechazo de la alteridad, su discurso propone la eliminación de cualquier otro que marque una diferencia y obliga a sus seguidores al sacrificio en pos del ideal que postula. Como sabemos, hay un paso del goce de auto suprimirse en la masa al goce de al goce de la eliminación del otro.
Hoy, continúan resurgiendo aspirantes a dictadores, afectos a un discurso que promueve el Bien, independientemente de la clase social a la cual pertenezcan, con ideologías que abarcan todo el espectro que va de la extrema izquierda a la extrema derecha, conducen a sus pueblos, inmersos en democracias débiles, a aniquilarse a sí mismos.
Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora y columnista.
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