viernes, 13 de noviembre de 2020

Hoy paseamos por los esteros del Iberá




Estancia San Alonso: una isla santuario de la naturaleza en el corazón del Iberá

Las estancias San Alonso y otras de la zona, fueron propiedad de la Sra Kris,y  del ya fallecido, Douglas Tompkins, norteamericano, multimillonario y casi un fundamentalista del conservacionismo. Douglas y su mujer donaron las tierras en el año 2017 para que se declaren Parque Nacional.

Tompkins conoce de estas tierra sureñas. En los sesenta, apenas pasados sus veinte, escaló la pared norte del Fitz Roy y de esa aventura tomo el nombre de la empresa que le haría ganar una fortuna: The North Face.

Si bien su presencia en el lugar, al principio fue cuestionada, la gente se acostumbró y comenzó a creer en su imposible proyecto. Actualmente, el parque Esteros del Iberá, el segundo humedal más extenso del mundo,se puede disfrutar en sus 12 000 km², en la provincia de Corrientes,​ en el nordeste de Argentina.

 

Douglas Tompkins

 La muerte del soñador

Rick Ridgeway (66), montañista, escritor y vicepresidente de Iniciativas Ambientales de la marca Patagonia fue el gran sobreviviente del accidente que el 8 de diciembre último terminó con la vida de Doug Tompkins, su compañero en el kayak doble, en la travesía por el segundo espejo lacustre más grande de Sudamérica, después del Titicaca. 


Weston Boyles (29), ambientalista de la ONG Ríos to Rivers, y colaborador de Yvon Chouniard (77), dueño de Patagonia, y con quien compartía el otro kayak doble, acometió la tarea heroica de intentar rescatar a Tompkins de esas aguas embravecidas, de menos de 5 °C.

 

Se habían sumado a la travesía de más de 80 km, desde Puerto Sánchez hasta Puerto Ibáñez (que preveía además de acampe profusas caminatas exploratorias por algunos de los valles patagónicos), Jib Ellison, guía de río y dueño de una consultora en sustentabilidad de San Francisco. También Laurence Álvarez-Roos, un kayakista profesional, ex miembro del equipo de rafting estadounidense. Tompkins daba pelea: braceaba y continuaba en la lucha. Pero Ridgeway sintió que nada podía hacerse. Comenzaba a desvanecerse. Tenía la certeza de que se ahogaría. Y se entregó. Por unos minutos, aceptó la muerte. Sus ojos se iban entrecerrando cuando vio que Ellison y Álvarez, con vientos de 80 km/h, se acercaban con su kayak doble para rescatarlo. Detrás, venía Boyles para socorrer a Tompkins, que había dejado a Chouinard en la costa, de manera de contar con un lugar vacío en la embarcación. Ridgeway se aferró con sus manos a una cavidad de popa. Toda su concentración se posaba en sus manos, para no soltarse. Temía que la potencia del oleaje lo desprendiera de la embarcación. Luchando contra la flotación de su salvavidas, optó por intentar sumergir el cuerpo mientras era arrastrado hasta una roca. En algún momento de esa batalla, hipotérmico, perdió el conocimiento. Cuando lo recobró, estaba con la ropa seca, al lado de un fuego.

 

Desconocía el paradero de su amigo. Tampoco se lo divisaba desde la costa. Boyles —contó luego en la intimidad—, logró llegar hasta Tompkins, que continuaba dando pelea en el agua. Intentó subirlo al kayak una y otra vez. Fue imposible. En una de esas maniobras, perdió el remo. Aferró a Tompkins a un costado de la embarcación. Fiel a su carácter, el ecologista le iba dando indicaciones al más joven sobre cómo maniobrar el timón para estabilizar el kayak. Hasta el último minuto en que estuvo consciente intentó dirigir el salvataje."Doug estuvo consciente y aportando fuerza e indicaciones por más de 40 minutos", afirmó a LA NACION Sofía Heinonen, presidenta de CLT (Conservation Land Trust).

 

Había visto la muerte de cerca innumerables veces y en las más variadas geografías. Conocía todos los lagos y ríos patagónicos y esa seguridad de deportista experimentado lo empujó a su peor desacierto: vestía un pantalón beige, una remera y un polar en el torso.

 

Cuando Tompkins perdió el conocimiento, Boyles lo mantuvo sujeto con una mano de la ropa, intentando mantener su cabeza fuera del agua. Con la otra, remaba como podía. Estuvo a punto de zozobrar infinidad de veces."Fue un milagro que no me diera vuelta", contó en la intimidad. Conmovida, mientras escuchaba todos esos intentos sobrehumanos, Kris Tompkins le agradeció mil veces a Boyles que hubiera arriesgado su vida para salvar a su marido. El joven, de Colorado, continúa sin consuelo.

 

El helicóptero

Había transcurrido más de una hora cuando un helicóptero privado del lodge Terra Luna, convocado por el piloto de Tompkins, a quien Ellison había llamado desde su teléfono satelital, divisó a los náufragos. Con una cuerda, primero arrastró el kayak hacia la costa. Los acantilados de roca complicaban la maniobra. Cuando el piloto y el copiloto otearon la playa, tiraron un arnés para Tompkins, que Boyles le colocó. Con vuelo rasante, la nave lo arrastró hasta allí. Y lo dejó unos instantes. El piloto saltó luego a socorrer a Boyles, quien también estaba hipotérmico y buscó al resto del equipo para que entre todos pudieran cargar a Tompkins, puesto que esa maniobra debía realizarse con el helicóptero levitando al ras del suelo. Luego, volaron 120 km hasta el hospital de Coyhaique.

Tompkins arribó a las 13.30 con una temperatura corporal de 16 grados. De forma muy paulatina, según el protocolo consensuado entre médicos y familiares, le fueron incrementando la temperatura corporal. Cinco horas después, a las 18.30, falleció.

En los tres días que duró su funeral, a Tompkins se lo honró con diferentes tributos. Fue velado en Puerto Varas, en la sede de Tompkins Conservation, la ONG que administra las áreas protegidas en Chile. Sus colaboradores le habían confeccionado a mano un austero pero elegante féretro hecho con madera de alerce. Al día siguiente, fue trasladado en un avión privado junto a su mujer y sus amigos más cercanos hasta su última morada, cerca de la localidad de Cochrane, en Chile.

Ridgeway contó que durante el vuelo junto con la mujer de Tompkins, Kris, divisaron la cumbre del cerro San Valentín, el más alto de la Patagonia. Era un pico que él, como avezado piloto, solía sobrevolar por el solo placer de contemplar la naturaleza en su estado más silvestre. Al acercarse, las nubes se disiparon y el piloto pudo hacer un vuelo rasante alrededor de la cima. "Fue un espectacular último vuelo para Doug", dijo Ridgeway.

 

Cuando aterrizaron en la estancia, una pequeña multitud lo esperaba. En procesión, tomando turnos para llevar el féretro, se dirigieron hasta el avión Husky de Tompkins que él amaba. Luego, ya en el cementerio de la estancia, rodeado por un paisaje sobrecogedor, fue depositado en su última morada. Cada uno arrojó un puñado de tierra patagónica y su mujer, flores silvestres.

 

Hoy descansa en el terruño de sus desvelos, entre vuelos de cóndores que velan por el que, sin duda fue, su mayor aliado y protector.

 

(fuente:Loreley Gaffoglio-LA NACION)



Sobre San Alonso

La isla que toca las aguas del Paraná dedica sus 10.000 hectáreas a recibir a los huéspedes que deseen conectar con la conservación ambiental de Sudamérica

San Alonso es una isla en el corazón de los Esteros del Iberá. Las costas de la isla se bañan en las aguas de la laguna Paraná y el resto del contorno es puro estero. Este aislamiento, que permite estar rodeado de 360 grados de naturaleza y constituye un ambiente seguro e ideal para albergar el Centro Experimental de Cría de Yaguaretés (CECY), vuelve a recibir huéspedes.



En San Alonso, los trabajos llevados a cabo por The Conservation Land Trust (CLT) para la reintroducción de especies en extinción nunca se interrumpieron. El yaguareté (2015), el oso hormiguero (2007), el venado de las pampas (2009) y el pecarí (2016) son los vivos ejemplos de la labor de CLT en los esteros.

El acceso a la estancia, que es un viaje en sí mismo, puede hacerse por agua, desde San Nicolás hasta la laguna Paraná; o por aire, permitiendo admirar los círculos de agua azul brillante entre embalsados de todos los verdes de ese ecosistema, e incluso identificar algún ciervo de los pantanos, además de bandadas de aves.

 

San Alonso abarca 10.000 hectáreas. Fue manejada como una estancia de producción ganadera extensiva hasta 1996, cuando fue adquirida por CLT con el propósito de proteger su medio ambiente; en 2017, fue cedida a Parques Nacionales.

                                

La hostería tiene todo el encanto de una casa de campo ambientada con estilo. Está revestida en madera, tiene cinco habitaciones, dos departamentos de dos habitaciones con baño compartido y una doble suite, living, comedor y una amplia galería que sombrean lapachos y timbós.

El hábitat permite recorridas a pie o a caballo, así como en kayak. Visitar San Alonso posibilita conocer el trabajo de CLT, sus éxitos y sus fracasos, y el paso a paso de cada proyecto de reintroducción de fauna; cada uno de éstos constituye una historia que tiene un buen componente social y de desarrollo.

 

(fuente:agroempresario.com.ar)

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