Las estancias San Alonso y otras de la zona, fueron propiedad de la Sra Kris,y del ya fallecido, Douglas Tompkins, norteamericano,
multimillonario y casi un fundamentalista del conservacionismo. Douglas y su mujer
donaron las tierras en el año 2017 para que
se declaren Parque Nacional.
Tompkins conoce de estas tierra sureñas. En los sesenta,
apenas pasados sus veinte, escaló la pared norte del Fitz Roy y de esa aventura
tomo el nombre de la empresa que le haría ganar una fortuna: The North Face.
Si bien su presencia en el lugar, al principio fue
cuestionada, la gente se acostumbró y comenzó a creer en su imposible proyecto.
Actualmente, el parque Esteros del Iberá, el segundo humedal más extenso del
mundo,se puede disfrutar en sus 12 000 km², en la provincia de Corrientes, en
el nordeste de Argentina.
Douglas Tompkins |
Rick Ridgeway (66), montañista, escritor y vicepresidente de Iniciativas Ambientales de la marca Patagonia fue el gran sobreviviente del accidente que el 8 de diciembre último terminó con la vida de Doug Tompkins, su compañero en el kayak doble, en la travesía por el segundo espejo lacustre más grande de Sudamérica, después del Titicaca.
Weston Boyles (29), ambientalista
de la ONG Ríos to Rivers, y colaborador de Yvon Chouniard (77), dueño de
Patagonia, y con quien compartía el otro kayak doble, acometió la tarea heroica
de intentar rescatar a Tompkins de esas aguas embravecidas, de menos de 5 °C.
Se habían sumado a la travesía de más de 80 km, desde Puerto
Sánchez hasta Puerto Ibáñez (que preveía además de acampe profusas caminatas
exploratorias por algunos de los valles patagónicos), Jib Ellison, guía de río
y dueño de una consultora en sustentabilidad de San Francisco. También Laurence
Álvarez-Roos, un kayakista profesional, ex miembro del equipo de rafting
estadounidense. Tompkins daba pelea: braceaba y continuaba en la lucha. Pero
Ridgeway sintió que nada podía hacerse. Comenzaba a desvanecerse. Tenía la
certeza de que se ahogaría. Y se entregó. Por unos minutos, aceptó la muerte.
Sus ojos se iban entrecerrando cuando vio que Ellison y Álvarez, con vientos de
80 km/h, se acercaban con su kayak doble para rescatarlo. Detrás, venía Boyles
para socorrer a Tompkins, que había dejado a Chouinard en la costa, de manera
de contar con un lugar vacío en la embarcación. Ridgeway se aferró con sus
manos a una cavidad de popa. Toda su concentración se posaba en sus manos, para
no soltarse. Temía que la potencia del oleaje lo desprendiera de la
embarcación. Luchando contra la flotación de su salvavidas, optó por intentar
sumergir el cuerpo mientras era arrastrado hasta una roca. En algún momento de
esa batalla, hipotérmico, perdió el conocimiento. Cuando lo recobró, estaba con
la ropa seca, al lado de un fuego.
Desconocía el paradero de su amigo. Tampoco se lo divisaba
desde la costa. Boyles —contó luego en la intimidad—, logró llegar hasta
Tompkins, que continuaba dando pelea en el agua. Intentó subirlo al kayak una y
otra vez. Fue imposible. En una de esas maniobras, perdió el remo. Aferró a
Tompkins a un costado de la embarcación. Fiel a su carácter, el ecologista le
iba dando indicaciones al más joven sobre cómo maniobrar el timón para
estabilizar el kayak. Hasta el último minuto en que estuvo consciente intentó
dirigir el salvataje."Doug estuvo consciente y aportando fuerza e
indicaciones por más de 40 minutos", afirmó a LA NACION Sofía Heinonen,
presidenta de CLT (Conservation Land Trust).
Había visto la muerte de cerca innumerables veces y en las
más variadas geografías. Conocía todos los lagos y ríos patagónicos y esa
seguridad de deportista experimentado lo empujó a su peor desacierto: vestía un
pantalón beige, una remera y un polar en el torso.
Cuando Tompkins perdió el conocimiento, Boyles lo mantuvo
sujeto con una mano de la ropa, intentando mantener su cabeza fuera del agua.
Con la otra, remaba como podía. Estuvo a punto de zozobrar infinidad de
veces."Fue un milagro que no me diera vuelta", contó en la intimidad.
Conmovida, mientras escuchaba todos esos intentos sobrehumanos, Kris Tompkins
le agradeció mil veces a Boyles que hubiera arriesgado su vida para salvar a su
marido. El joven, de Colorado, continúa sin consuelo.
El helicóptero
Había transcurrido más de una hora cuando un helicóptero
privado del lodge Terra Luna, convocado por el piloto de Tompkins, a quien
Ellison había llamado desde su teléfono satelital, divisó a los náufragos. Con
una cuerda, primero arrastró el kayak hacia la costa. Los acantilados de roca
complicaban la maniobra. Cuando el piloto y el copiloto otearon la playa,
tiraron un arnés para Tompkins, que Boyles le colocó. Con vuelo rasante, la
nave lo arrastró hasta allí. Y lo dejó unos instantes. El piloto saltó luego a
socorrer a Boyles, quien también estaba hipotérmico y buscó al resto del equipo
para que entre todos pudieran cargar a Tompkins, puesto que esa maniobra debía
realizarse con el helicóptero levitando al ras del suelo. Luego, volaron 120 km
hasta el hospital de Coyhaique.
Tompkins arribó a las 13.30 con una temperatura corporal de
16 grados. De forma muy paulatina, según el protocolo consensuado entre médicos
y familiares, le fueron incrementando la temperatura corporal. Cinco horas
después, a las 18.30, falleció.
En los tres días que duró su funeral, a Tompkins se lo honró
con diferentes tributos. Fue velado en Puerto Varas, en la sede de Tompkins
Conservation, la ONG que administra las áreas protegidas en Chile. Sus
colaboradores le habían confeccionado a mano un austero pero elegante féretro
hecho con madera de alerce. Al día siguiente, fue trasladado en un avión privado
junto a su mujer y sus amigos más cercanos hasta su última morada, cerca de la
localidad de Cochrane, en Chile.
Ridgeway contó que durante el vuelo junto con la mujer de
Tompkins, Kris, divisaron la cumbre del cerro San Valentín, el más alto de la
Patagonia. Era un pico que él, como avezado piloto, solía sobrevolar por el
solo placer de contemplar la naturaleza en su estado más silvestre. Al
acercarse, las nubes se disiparon y el piloto pudo hacer un vuelo rasante
alrededor de la cima. "Fue un espectacular último vuelo para Doug",
dijo Ridgeway.
Cuando aterrizaron en la estancia, una pequeña multitud lo
esperaba. En procesión, tomando turnos para llevar el féretro, se dirigieron
hasta el avión Husky de Tompkins que él amaba. Luego, ya en el cementerio de la
estancia, rodeado por un paisaje sobrecogedor, fue depositado en su última
morada. Cada uno arrojó un puñado de tierra patagónica y su mujer, flores
silvestres.
Hoy descansa en el terruño de sus desvelos, entre vuelos de
cóndores que velan por el que, sin duda fue, su mayor aliado y protector.
(fuente:Loreley Gaffoglio-LA NACION)
Sobre San Alonso
La isla que toca las aguas del Paraná dedica sus 10.000
hectáreas a recibir a los huéspedes que deseen conectar con la conservación
ambiental de Sudamérica
San Alonso es una isla en el corazón de los Esteros del
Iberá. Las costas de la isla se bañan en las aguas de la laguna Paraná y el
resto del contorno es puro estero. Este aislamiento, que permite estar rodeado
de 360 grados de naturaleza y constituye un ambiente seguro e ideal para
albergar el Centro Experimental de Cría de Yaguaretés (CECY), vuelve a recibir
huéspedes.
En San Alonso, los trabajos llevados a cabo por The
Conservation Land Trust (CLT) para la reintroducción de especies en extinción
nunca se interrumpieron. El yaguareté (2015), el oso hormiguero (2007), el
venado de las pampas (2009) y el pecarí (2016) son los vivos ejemplos de la
labor de CLT en los esteros.
El acceso a la estancia, que es un viaje en sí mismo,
puede hacerse por agua, desde San Nicolás hasta la laguna Paraná; o por aire,
permitiendo admirar los círculos de agua azul brillante entre embalsados de todos
los verdes de ese ecosistema, e incluso identificar algún ciervo de los
pantanos, además de bandadas de aves.
San Alonso abarca 10.000 hectáreas. Fue manejada como una
estancia de producción ganadera extensiva hasta 1996, cuando fue adquirida por
CLT con el propósito de proteger su medio ambiente; en 2017, fue cedida a
Parques Nacionales.
La hostería tiene todo el encanto de una casa de campo
ambientada con estilo. Está revestida en madera, tiene cinco habitaciones, dos
departamentos de dos habitaciones con baño compartido y una doble suite,
living, comedor y una amplia galería que sombrean lapachos y timbós.
El hábitat permite recorridas a pie o a caballo, así como
en kayak. Visitar San Alonso posibilita conocer el trabajo de CLT, sus éxitos y
sus fracasos, y el paso a paso de cada proyecto de reintroducción de fauna;
cada uno de éstos constituye una historia que tiene un buen componente social y
de desarrollo.
(fuente:agroempresario.com.ar)
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