viernes, 6 de noviembre de 2020

Escritora invitada: Susana Grimberg: La cuarentena eterna y sus efectos en las familias ensambladas.




“Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen.” Gilbert Keith Chesterton


El verbo ensamblar, unir, juntar y ajustar piezas, aparece en castellano en el s. XVI. El término ensamble deriva de deriva del francés, concretamente de ensamble, que significa conjuntamente o uno con otro.
En el diccionario de la Real Academia Española (RAE) el término ensamble aparece como sinónimo de ensambladura, en referencia al proceso de ensamblar, que alude a acoplar algo.
En el ámbito de la música se lo utiliza para nombrar a una agrupación de dos o más músicos o cantantes que interpretan obras de distintos estilos. Los ensambles más habituales son en el jazz.
En la lingüística también se recurre a la idea de ensamble para designar la operación sintáctica que permite construir los vínculos jerárquicos en la estructura de una oración.
En la carpintería el ensambla consiste en unir maderas con clavos, pegamento, u otros elementos para fabricar un mueble.

Sin embargo, respecto de las familias ensambladas el tema es el amor u otra forma de amar.

Vuelvo a recordarles que cuando me pidieron, años atrás, una opinión sobre familias ensambladas, dije que iba a averiguar de qué se trataba porque, hasta ese momento, yo asociaba la idea de un ensamble con la música, ya sea la clásica, el jazz, el folklore o tango. Sin embargo, si un ensamble es un grupo de músicos, que se juntan para mezclar instrumentos musicales de diferentes familias (cuerdas, vientos, percusión), bien podemos pensar en qué es lo que sucede con una familia ensamblada, en la que, cada persona “suena”, como un instrumento distinto.
Treinta años atrás, cuando los padres se separaban, era una catástrofe. Hoy, muchos chicos forman parte de una familia ensamblada, una familia que intenta integrar a los hijos anteriores de cada pareja, a una nueva dinámica.

Desde el momento en que dos personas arman una nueva pareja, hay más personas involucradas en la convivencia, siendo los niños los más afectados por el cambio. Cuánto más chicos son los hijos, es más sencillo el ensamble pero, cuando hay adolescentes, la situación puede complicarse. Además, hay que tener en cuenta que los esposos son lo que se divorcian, los padres no.

Lo que relata el cine sobre las parejas ensambladas

“Los tuyos, los míos y los nuestros”(1968), es película interpretada por Henry Fonda y Lucille Ball que relata la historia de una mujer viuda, con ocho hijos, que se enamora de un oficial de la marina, viudo, con diez hijos. Al formar una enorme familia, cada uno deberá enfrentarse con los problemas que puede acarrear una familia tan numerosa.
Los seres humanos no han renunciado a convivir y reproducirse y, los que resuelven no casarse, no por eso renuncian a la vida en pareja ni a compartir un hogar. Coincido con Santiago Kovadloff, “no se aspira al aislamiento sino a la convivencia, sea ésta la que fuere y con quien fuere”. Coincido con el filósofo, en que “Occidente sufre una formidable anemia moral. El auge del hedonismo y del individualismo ha alentado el desprecio por los deberes más elementales”. Por otra parte, debemos tener en cuenta el hecho de que la mujer es hoy más autónoma, y lo que esto puede significar para ella y para los hijos.

El amor en las familias ensambladas.

En los últimos años, la vida familiar cambió tanto y tan drásticamente que no deja de desconcertarnos. La familia tipo (mamá y papá con sus hijos bajo el mismo techo) se desdibuja, dando lugar a la llamada la familia posmoderna con la consiguiente inestabilidad de los vínculos. Los más vulnerables son los niños y jóvenes. Estos últimos, se encuentran inmersos en una nueva cultura afectiva, muchas veces marcada por vínculos contingentes o casuales, alejados del amor. También, los hijos, por falta de presencia de los padres, están más horas frente a las pantallas televisivas o digitales, que junto a sus progenitores.

Pese a ello, no estoy de acuerdo con hablar de crisis del modelo tradicional, sino de que ciertas transformaciones afectan directamente a los lazos familiares, transformaciones no necesariamente patológicas, pero que, muchas veces, conllevan patologías, desvíos en estas épocas en las que todo vale además de caer en el riesgo del prejuicio del desprejuicio.
Los mismos adolescentes se quejan de que los padres, especialmente la madre, al estar demasiado tiempo fuera de la casa, los dejan solos, siendo los mismos padres los que tienen conductas marcadas por la falta de parámetros.

La falta de respeto mutuo, que se observa en algunas parejas, afecta no sólo a los integrantes de la pareja sino a los hijos. Los padres no parecen darse cuenta que, cuando se descalifica al otro o se lo insulta, quien lo hace también se lo dice a sí mismo porque es el que hizo esa elección.
Son muchos los interrogantes que despiertan los nuevos modelos familiares que van constituyéndose como un rompecabezas al que han de unirse las piezas del mejor modo posible. Leemos en el Talmud: “Ningún contrato matrimonial se hace sin discusiones” Es decir, que no es posible que no las haya en la vida de pareja. Lo que sucede es que, en estos tiempos, por la mayor independencia para resolver la vida afectiva, se supone que la gente se está escuchando más a sí misma pero, en verdad, como dijo el filósofo polaco Zygmunt Bauman, el desapego en los vínculos anuncia una cultura del egoísmo que termina por debilitar los lazos sociales y, los familiares, además de la fragilidad de los sentimientos amorosos en la pareja.

Bauman expresa en su libro “Comunidad”, que “no puede haber una comunidad sin un sentido y una práctica de la responsabilidad. Y si la capacidad de carga de los puentes se mide por la fuerza de sus pilares más débiles, la solidaridad de una comunidad se mide por el bienestar y la dignidad de sus miembros más débiles”. Estas palabras pueden sernos útiles para pensar en lo que las familias, ensambladas o no, deberían reflexionar acerca de la responsabilidad de los padres para con los hijos porque, tomando las palabras del pensador, “La crueldad es crueldad se ejerza donde se ejerza y contra quien se emplee” y el abandono o postergación de los hijos porque “la vida es corta” o “hay que vivir el momento”, es, en mi parecer, una de las formas de la crueldad, porque el des-amor es una expresión de la crueldad.

Quiero aclarar que no todas las familias ensambladas proceden de esa manera. Muchos constituyen nuevas familias que logran entre sí, una comunicación basada en la consideración por el otro y en intentar lograr, pese al dolor y el desconcierto inicial, la mejor armonía posible. Es decir, un buen “ensamble”, que en música significa aprender a tocar junto con otros músicos, desarrollando la capacidad de escuchar y no sólo "oír" y de comprender los diferentes códigos establecidos.

Cuando el matrimonio por amor es un logro de la libertad.

Como vemos, pese al supuesto fin de las idelogías o de la historia, la familia sigue teniendo su lugar. La psicoanalista francesa Elizabeth Roudinesco, dice que se pregunta por qué ahora, después de décadas de cuestionamientos y críticas virulentas, la familia, en su versión de comienzos de siglo, vuelve a ser aquel lugar en el que todos quieren ser incluidos.

En lo personal, considero el matrimonio por amor como un logro de la libertad. En “El malestar en la cultura”, Sigmund Freud señaló que el ser humano “toma el amor como punto central y espera la máxima satisfacción del amar y ser amado”. El amor sexual era considerado entonces el método por excelencia para conseguir la felicidad. Y esta idea hoy sigue manteniendo su vigencia.
Para el judaísmo, la familia es su núcleo básico porque es la garantía de su identidad y de la transmisión de sus valores. Pero hay otra cuestión propia del pensamiento judío y es la de saber que el matrimonio no es para toda la vida. A veces, cuando el amor se termina, el divorcio es una solución.

Quiero concluir con una cita muy interesante del Talmud, que retoma el mito de la creación, en estos términos:

“Es natural que sea el hombre el que corteja a la mujer y no la mujer al hombre. Porque la mujer fue una parte del hombre y aquel que perdió, busca reponer su pérdida”.

Y con esta frase de Clarice Lispector:

“La vida es igual en todas partes, lo que se necesita es gente que sea gente”.
Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y columnista.
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