viernes, 30 de octubre de 2020

Escritor invitado: Lucio Vischñevsky, en el día del cumpleaños 60 de Diego Maradona

 LA TRISTEZA DE SER MARADONA


Imagen: www.marca.com España

- ¡Mira Pa!, me dijo mi hijo el sábado a la tarde mientras se vestía para ir a jugar un partido con los pibes del club.

- ¡Me ato los cordones como Maradona!

Sonreí… no supe que decirle.

Pobrecito, qué puede saber él con doce años como se ata los cordones Maradona.

No puede saber, no creo que sepa, no, no sabe pero no le importa, si todos queremos alguna vez ser un poco Maradona.

Que cuando nos atamos los cordones, o cuando pegamos un grito, o cuando cruzamos la calle o cuando pedimos un café que ese gesto, ese, sea igualito al que hace Maradona.

-¡Mira che!, ¡Me peino como Maradona!

-¡Mira gil!, ¡Escupo como Maradona!

Muestra la tele al Diego poniéndose la camiseta de Argentina, la 10, la de Él. Y yo siento como la camiseta pasa por mi cabeza, y me pongo las mangas como él, primero una y después la otra, y la camiseta cae, perfecta, y la agarro de abajo y me la acomodo, la 10.

¡El gol que le hicimos a los ingleses!.

Cuando el barrilete cósmico desparramó a siete y la puso bien adentro, con clase.

Es que con Diego somos los mejores del mundo, todos nosotros, porque es nuestro.

Y él sabe ser nuestro

Él sabe ser nosotros

Y nosotros sabemos ser él.

Y mi pibe se ata los cordones como Maradona, igualito.

¡Claro que sí!

Y yo soy uno con el mundo cuando el Diego entra a la cancha.

Somos no sé cuanto millones, mil millones, cien millones, que se yo.

Millones de varones de Argentina, Uruguay, Colombia, Brasil, Sudan del Sur, Francia, Armenia, Lituania, Italia, España, Noruega, Rusia, Egipto, Zaire, Namibia y la puta que los parió, todos.

Y millones de mujeres.

Porque al Diego lo quieren todos.

Un día lo vi.

¡Un día lo vi!

¡Un día lo vi!

¡Un día lo vi!

La selección había ganado y pasó cerca mio el micro con todos los jugadores.

Las motos de la policía iban adelante y atrás para no parar porque sino era una locura.

Una locura.

Diego estaba sentado en la ventanilla de este lado.

Y pasó una ambulancia 

  Y tuvieron que parar

¡Y yo lo vi!

Miraba para afuera.

Estaba sentado en la ventanilla de mi lado, por eso lo vi.

Miraba la calle.

Con ganas de caminar tranquilo, tomarse un café tranquilo, gambetearnos a todos un par de horas, volverse invisible a nuestro delirio.

Por un par de horas dejar de ser Dios.

Miraba las baldosas que estaban al lado de mis zapatillas.

Ahí sentado, solo, fugándose. Atravesando el vidrio de la ventanilla.

  Levantó las cejas.

  Hablaba con él mismo para adentro.

Cuando el micro arrancó se recostó en el asiento y cerró los ojos.

Yo lo vi.

Muchas veces pienso en ese día.

Yo vi eso.

Por tres segundos se había librado de nosotros.


©Lucio Vischñevsky

(todos los cuentos están registrados en el R.N.P.I., se permite (y se agradece) su difusión citando al autor)

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