viernes, 16 de octubre de 2020

Escritora invitada: Susana Grimberg






Construir puentes creando nuevos lazos sociales.

“Ser libre no solo es romper tus cadenas, sino vivir respetando y mejorando la libertad de los demás”. Nelson Mandela

Después de las manifestaciones realizadas ayer, en todo el país y las respuestas de algunos dirigentes políticos satisfechos con los efectos del aislamiento obligatorio, pese a los malos resultados obtenidos, decidí buscar la etimología de manifestar.
El término "manifestar" deriv. del latín manifestare compuesto por manus (mano) y del verbo festare, fiesta, "hacer fiesta con las manos". Significa también declarar, dar a conocer, además de formar parte de una manifestación pública. Manifestar es también un modo de construir puentes.

Según Marcel Maus, como construir un puente suponía romper el orden natural, porque si los ríos se cruzaban descalzos, hacerlo con la ayuda de un puente, para no mojarse, necesitaba de un intermediario entre los dioses y los hombres, pues era necesario un tercero para aplacar la posible ira de los dioses.
Fíjense que de la palabra puente, deriva pontífice quien era el que iba a bendecir el puente entre los dioses y los humanos. Sin embargo, no se necesitan intermediarios entre el hombre, los hombres y Dios, porque la palabra es el puente, el lazo, la mano extendida, que ayuda a ir más allá de las fronteras entre los hombres y la naturaleza humana.

Bienvenida hoy, la noticia, de la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2020, la poeta Louise Glück.

El Premio Nobel, viene siendo otorgado desde 1901 en diferentes regiones como recompensa a importantes y muy necesarios aportes a la humanidad. Cada año se entrega el premio en las categorías de Física, Química, Medicina, Economía, Literatura y Paz. Los ganadores se llevan una medalla y un diploma, además de una considerable suma en dinero.

Soy conciente de las molestias que generó el Nobel de literatura otorgado a Bob Dylan, pero también sé de las críticas referidas al Nobel cuando lo ganó Boris Pasternak con Dr Zhivago y a Sartre que, para redimirse por el error de haberle dado el Nobel a Pasternak y así suma y sigue, hasta llegar, incluso al dramaturgo italiano Darío Fo, recientemente fallecido y a muchos otros más. Como no es posible satisfacer a todos, en mi opinión, lo importante es descubrir el por qué de cada reconocimiento.

Cuando en 1895 el sueco Alfred Bernhard Nobel legó su fortuna para distinguir a las figuras más destacadas de la Medicina, la Física o la Literatura, quizás no sospechaba que los premios podían estar envueltos en la polémica.

En 1918 el alemán Fritz Haber recibió el Premio Nobel de Química por la síntesis del amoníaco. Sin embargo, este Nobel fue muy criticado, dado que fue utilizado por las tropas alemanas para asesinar a miles de soldados durante la Primera Guerra Mundial.
En 1944 otro alemán, Otto Hahn, ganó Química por el descubrimiento de la fisión nuclear del uranio y del torio (1938), estudios que contribuyeron a la creación de la bomba atómica, con la consecuencia de ser usado contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Pese a ello, Hahn e destacó como opositor contra las armas nucleares.
En 1973, Henry Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz, tras los acuerdos alcanzados para poner fin a la Guerra de Vietnam. Años más tarde se comprobó que Kissinger había estado vinculado a la campaña secreta de bombardeos en Camboya entre 1969 y 1975, además de comprobarse su relación con los servicios secretos de las dictaduras militares en Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia.

En 2009 el mundo se escandalizó con la entrega del Nobel de la Paz al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien fue reconocido “por su extraordinario esfuerzo por fortalecer la diplomacia internacional y su trabajo por un mundo sin armas nucleares”.
En 2012 el Nobel de la Paz volvió a ser diana de críticas, esta vez por ir a parar a manos de la Unión Europea. El galardón fue otorgado al bloque comunitario de 27 países y las instituciones que le precedieron porque “contribuyeron durante más de seis décadas a promover la paz, la reconciliación, la democracia y los derechos humanos”, según el comité que otorga el lauro.

También fue objeto de críticas que el del pensador y político indio Mahatma Gandhi, defensor acérrimo de la paz, no recibiera el Nobel de la Paz, omisión que el propio comité del Nobel reconoció como una injusticia la omisión del líder indio.

Los infaltables de siempre

Comprobamos, día a día, que el ser humano no es un ser manso, amable que, a lo sumo, es capaz de defenderse si lo atacan, sino que le atribuye a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad.

Freud dijo, claramente, que el prójimo no es sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo.

¿Quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, se preguntó S. Freud, osaría poner en entredicho tal apotegma? Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie. Quien evoque los horrores de la última Guerra Mundial, no podrá menos que inclinarse, desanimado, ante la verdad objetiva de esta concepción.
Por causa de la existencia de la inclinación agresiva, inherente a la hostilidad primaria de los seres humanos, la sociedad se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución, dice Freud.

Tengo que insistir, como escribí en otras notas, que es por la caída de la función paterna en el orden de la cultura, que los hechos de violencia en la Argentina y en el resto del mundo, han ido en aumento. Pero ¿qué es un padre sino aquél que sabe transmitir el deseo de vivir? ¿Qué es un padre sino aquél que transmite el respeto a la vida propia y a la vida de los otros?

Si hay algo del orden de la función paterna, es la transmisión de valores. Y, cuando digo función paterna, incluyo también a la madre pues ella, conforme a su propia historia, por haber tenido un padre, puede y debe ejercer esa función. Esta función es la que pone en juego el No. El “No” como límite. Necesaria prohibición que impide cualquier acto que conlleve la destrucción del otro. Es a partir del “No” que puede sostenerse el “Amarás a tu prójimo”, fundamento esencial a toda cultura.
Se habrán dado cuenta que no escribí “como a ti mismo”, pues poco podemos decir sobre cuánto puede amarse una persona a sí misma.

Sigmund Freud, en “El malestar en la cultura”, planteó que uno de los reclamos ideales de la sociedad: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; no deja de despertar, un sentimiento de asombro y extrañeza. ¿Por qué hacer eso? ¿De qué valdría? ¿Cómo llevarlo a cabo?

El amor es algo valioso y no puede desperdiciarse sin pedir cuentas. El sujeto humano piensa que si ama a otro, él debe merecerlo de alguna manera. Y lo merece sí, en aspectos importantes, se le parece tanto que puede amarse a sí mismo en él. De no ser así, no es sólo que ese extraño es indigno del amor por él, sino que se hace más acreedor de la hostilidad, del odio.

La envidia y el mal de ojo

Para acercarnos al término envidia, leemos en el diccionario etimológico de J. Corominas, que procede del latín invidia, derivado de invidere, que significa "mirar con malos ojos, con envidia" y éste, de videre, “ver”. (Diccionario etimológico de Joan Corominas). Quien está invadido por este sentimiento, mira con “malos ojos” las cualidades, éxitos o posesiones de los demás, lo cual le lleva a acumular rencor y una profunda insatisfacción, actitud que se compueba a diario en la dirigencia política de la Argentina. Por otra parte, muchas veces el afectado por la envidia oculta sus emociones y finge no importarle lo que sucede a su alrededor, pues se niega a aceptar el despecho que le produce que otro sea merecedor de algún reconocimiento.

Sabemos que, desde una edad muy temprana, son los padres los que enseñan a sus hijos a valorar lo propio y a luchar por alcanzar las metas que se proponen, lo cual se traduce en mantener alta la autoestima. De no suceder de este modo, el niño descalificado por sus padres, puede llegar a sentirse tan devaluado, que aspire a ser y a poseer lo que los otros tienen.

En este punto, viene bien recordar el décimo mandamiento: No codiciarás los bienes ajenos, mandamiento hoy desoído por algunos partidos políticos.
Sin embargo, mucha gente cae en las redes de la envidia, de desear poseer lo que el otro tiene, de odiarlo porque tiene lo que no se tiene, de desear que le vaya mal en sus aspiraciones, hasta los mismos padres envidian a sus hijos por lo que ellos logran, envidia que lleva la marca de la autodestrucción.

Sabemos que un padre se siente realizado con los logros de los hijos pero, si rivaliza con ellos ya sea por la edad o por el éxito en lo que emprenden, se autodestruye como padre porque a lo que él debería aspirar es a que el hijo lo supere, que tenga los elementos necesarios para ser, incluso, mejor que él.

En nombre de la igualdad

Si un rey o el príncipe provocan envidia no es sólo por sus privilegios, sino porque el que envidia, también querría ser rey pues, hay en la naturaleza humana una parte importante de maldad y egoísmo.

S Freud, (Psicología de las masas y análisis del Yo) dirige la mirada hacia la brutalidad y crueldad de la guerra y dice que “un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales no habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices. Incluso, atribuye estos horrores a la envidia originaria. “Ninguno debe querer destacarse, todos tienen que ser iguales y poseer lo mismo. La justicia social radica en que uno se deniega muchas cosas para que también los otros puedan renunciar a ellas o, lo que es lo mismo, no puedan exigirlas”.
Esta exigencia de igualdad es, por otra parte, la que propiciaron y propician los estados totalitarios que no contemplan la igualdad de oportunidades ni de posibilidades de cada uno para acceder a sus sueños, sino que conducen a rechazar las diferencias intrínsecas a cada sujeto. No hay que olvidar que la exigencia de igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman, no para el conductor. Todos tienen que ser iguales entre sí, pero todos claman por un líder, el que los mantiene unidos.

La Envidia y el odio a sí mismo

Para acercarnos mejor al tema de la envidia, no podemos no contemplar la cuestión de la universalidad del mal de ojo. Además, llama la atención que no se hable de un buen ojo, salvo el del ojo clínico del médico.

Los poderes que se le atribuyen al mal de ojo, por ejemplo de secar la leche y de traer enfermedad y desdicha, es lo que la gente llama “estar ojeado” y es la mejor imagen de ese sentimiento que se llama envidia. Lo más ejemplar es que esa mirada amarga hacia el otro, atenta contra el mismo que la dirigió quien puede quedar afectado, dejándolo bajo el efecto de su propia ponzoña.

El psicoanalista Jacques Lacan, en el seminario “Los cuatro conceptos fundamentales” al desarrollar el tema de la envidia, dijo que al hablar del mal de ojo, hay que tener en cuenta que la mirada en sí, no sólo termina el movimiento, también lo fija.
El mal de ojo es el fascinum, aquello cuyo efecto es detener el movimiento y, literalmente, matar a la vida. También, dijo Lacan que había pensado que “en la Biblia tenía que haber pasajes en que el ojo diera buena suerte” pero, definitivamente, no. Lo referido al ojo, nunca es benéfico sino que, siempre, es maléfico.
Es interesante pensar en que, cuando se hace referencia a la envidia, se puede asociar con el hecho de que se puede inocular o inyectar veneno a través de la mirada. Lo que no se espera es que el retorno de ese acto movido por la envidia pueda ser una vuelta contra sí mismo.

Quiero concluir con este pensamiento de Esquilo. (525 AC-456 AC)
“Pocos hombres tienen la fuerza de carácter suficiente para alegrarse del éxito de un amigo sin sentir cierta envidia”

Y con esta reflexión de Elie Wiesel:

“Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo contrario del arte no es la fealdad, sino la indiferencia. Lo contrario de la fe no es una herejía, sino la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia”.

Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y columnista.
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