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Alfajores en barco de Clorinda a Río Grande
Al
lector distraído puede que el título de esta nota le produzca dos tipos de
pensamientos.
Uno,
“¿qué tiene de raro que esa distancia sea cubierta en barco?” donde es posible
que el interlocutor sea alguien ya anciano, de esos que habrían cultivado
cierta idea de sobre cómo deberían funcionar las cosas en el País, en el
territorio.
Otro,
ya moderno y, quizá, con muchísimo conocimiento sobre logística y hasta de
política (de Argentina), quizá piense “¡¿pero qué pavada escriben?! si no sirve
ir en barco”.
Ese segundo lector,
seguro tiene muy en claro que por el Volga, el Mississipi o el Rhin (foto), lo
más natural es que un alfajor viaje en contenedor sobre un barco.
Pero. ¿por qué razón se
le hace tan difícil, siquiera, exigir que se resuelva que los ríos y el mar
puedan ser utilizados para el comercio y la producción del propio País?
Aunque pareciera ser que la no resolución del cabotaje en nuestros largos países de la América del Sur es una cuestión endémica, estas líneas refieren en especial al caso de Argentina, donde disponiendo de 5.500 Km de ríos y costas navegables, tan sólo un buque se moviliza cada 15 días entre el central puerto de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el de Ushuaia, en la ciudad más al Sur del País, y fuera del territorio continental.
Diferentes
actividades públicas y privadas de los puertos obligan a pagar sobrecostos
según el horario de operación, lo que resulta en mayores costos operativos del
buque, por las esperas entre turno y turno, lo que implica agregar un 57% de
tiempo de viaje entre, digamos, AMBA y Comodoro Rivadavia, o pagar todos los
“fuera de horario operativo”. En ambos casos, la carga pagará extra costos de
todo tipo.
Lo
interesante, la paradoja, es que todos esos costos o tarifas no son aplicables
a ninguna carga o buque de contenedores, pues salvo ese mensual entre el Canal
de Beagle y el turbio estuario platense, otros 27 puertos que pueden operar
contenedores de cabotaje, no lo logran hacer o, lo que es peor, ni siquiera lo
tienen en sus agendas el que pudiera existir un negocio de 2.000.000 de
unidades anuales de cabotaje si lograran ponerse de acuerdo.
Ante
la consulta, las navieras no expresan tarifas en menos de docenas de reuniones.
Los puertos se preocupan en cargas del comercio exterior de negocios que
siempre se les escapan hacia el AMBA y otros países. El Estado nacional y
provinciales imponen al barco comercial impuestos y tasas que ni el camión, ni
el tren ni el avión tienen que enfrentar.
Es más, un avión de matrícula nacional, sea
que hace cabotaje o que viaja al exterior, sólo paga el combustible y los
servicios en pesos, mientras que un barco nacional, de matrícula nacional, para
operar sólo dentro del País, paga todo en dólares. Y no sólo el combustible.
Un
pasajero que viaja de Córdoba a Comodoro Rivadavia en un vuelo que va a
Ushuaia, ni se entera de la existencia de la Aduana, pero no así un contenedor
que va de La Plata a Mar del Plata, donde como mínimo debe cumplimentar papeles
de frontera en ambas puntas.
Al
unísono la multifacética especie que interactúa operativa y comercialmente con
puertos y marítimas, eleva las culpas aduaneras por encima de todo, pero sin
proponer soluciones, cosa que se explica porque la totalidad de todos los otros
rubros están abroquelados a pasados que, no es que “fueron”, sino que ni la
tribu ni sus partes parecieran estar realmente dispuestos a recuperar en
términos aggiornados a la realidad.
Entre
el claro instante del inicio del retroceso logístico en 1961 y su particular
quiebre en 1977, y hasta hoy, segunda década del Siglo XXI, pasamos de un
universo de bolsas y paquetes sueltos, a uno extremadamente profesionalizado y
asegurado sobre contenedores precintados, simples y porteables en cualquier
extremo.
Cada
líder momentáneo o histórico con opinión política momentánea o pública de larga
data, expresa una culpa y un título para la solución de algo. “La magia de la
decisión y listo”. Así llegamos hasta aquí.
Cuando
una situación supera más de medio siglo en la Era en la que alguien nació con
una carta como toda comunicación; hizo la secundaria con teléfono público y hoy
participa en un congreso internacional en un 3D virtual, ya no es un problema
del costo de los empleados, o de la no inversión de las navieras, o de los
impuestos del Estado o de un calado de fondo que no se hace porque no hay
barcos ni de barcos que no van porque el calado no está. El problema es toda
una Sociedad que resulta incapaz de resolverlo, y de allí que cada sector o
lugar tiene a la otra titularidad de la tribu de los puertos y las aguas como
para echarles las responsabilidades.
Mientras,
una burocracia de finas polleras y caras corbatas, ha habitado y habita por más
de cuatro décadas las oficinas de las decisiones y convence a cada ministro o
director, que el cabotaje es un mito o que los cruces cordilleranos no hay que
hacerlos o que los corredores bioceánicos son cháchara provinciana.
No
es que se pueda cargar azúcar en Barranqueras y bajarla en San Julián, sino que
necesitamos que sea posible esa oferta fluviomarítima para que cada rincón
territorial crezca por la mayor y mejor oferta logística.
Hacer
a la productividad del cabotaje no es un beneficio para naviera, gremio o
puerto alguno, sino que es un deber para poder recuperar esta Economía que,
casualmente, salió del Top Ten del PBI
al año siguiente en que comenzó su aniquilamiento logístico (1961),
justamente cuando comenzó a aparecer ese caricaturesco latiguillo de “allá no
hay carga” con el que cada zonzo funcionario de turno se fue convenciendo de
que todo lo que está más allá de la General Paz y el Riachuelo es un pesado
lastre que depende de que la Plaza de Mayo lo sostenga.
La
desesperación económica exige que pantalones y polleras estén en sus lugares y
se encaminen hacia acuerdos con coraje y exigencias con honradez. No hay tiempo
para falsos subsidios ni endeudamientos de la nación para que un buque zarpe.
Allí está todo el mercado de la logística y del automotor privados, nacionales
y eficaces que están dispuestos a aumentar productividad, a invertir y a
aumentar la oferta logística, pero necesitan que la tribu fluviomarítima
despierte de un mareo que ya lleva casi seis décadas.
Mientras
había pasado ese tiempo, un joven dibujante que utilizaba plumín en 1961, hoy
ve a su bisnieto conducir desde su casa en Punta Alta, a una impresora 3D en el
taller de su hermano mayor en Brisbaden.
Despierten
señores fluviomarítimos. La economía necesita cabotaje de contenedores.
Bahía
Blanca, Octubre 21 de 2020
Jorge
de Mendonça
Pg
Política y Planificación de Transporte
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