jueves, 24 de octubre de 2019

Microrrelato: La luz del final del túnel

El escritor Antonio Flores Schroeder, nos envía este microrrelato para compartir con ustedes:






Antonio Flores Schroeder


Eran las siete pe-eme cuando El Moche salió del Eugenios para irse a su casa. Al abrir la puerta del bar tomó una bocanada de aire, con la misma desesperación sentida de quien está a punto de ahogarse por aguantar la respiración bajo el agua. Primero sintió el cascabeleo de su cuerpo y eso le recordó la última vez que su auto terminó en el taller mecánico, y después avanzó entre el remolino de imágenes agolpadas en su cabeza: desde su segundo divorcio hasta las deudas pagadas con bonos de gastritis, y a veces con nudos en el cuello convertidos en pesadillas. 
El ruido de los camiones del transporte público a esa hora, mezclado con el de las sirenas de ambulancias y patrullas, avivaba el caos interno a través de los oídos. Intentó relajarse, respirar hondo y poner la mente en blanco, como le había recomendado una amiga cada vez que se sintiera así, incluso recurrió a contemplar el cielo rojo de octubre pero nada de eso logró calmarlo. 
De pronto encontró bajos sus pies una frase y diez metros después otra, hasta que, mientras avanzaba con la incertidumbre a cuestas, las palabras adquirieron cierta lógica tranquilizadora. Se trataba de un mensaje que lo conduciría hasta una cantina clandestina en una vecindad, localizada cerca de las vías del ferrocarril. 
Sin importarle si aquello era una broma, una ocurrencia o hasta una trampa, apresuró el paso para llegar lo antes posible al multifamiliar indicado. El portón estaba semiabierto, como lo señaló la última frase, y avanzó hasta la escalera que se encontraba en medio del patio para subir lentamente. Al llegar al descanso se encendieron las luces del último cuarto del lado derecho. 
Notó que los demás aposentos estaban abandonados porque algunos carecían de puertas y otros de cortinas. Tocó la puerta pero nadie respondió. Adentro había dos mujeres jóvenes desnudas sentadas en un sofá rezando cada una con un rosario en las manos. La luz opaca y el humo que flotaba en el ambiente, apenas le permitieron ver al fondo una barra hecha con un tablón sostenido sobre dos botes grandes de lámina. Vio una botella de tequila casi vacía y a un lado, apenas legible, una servilleta con otra indicación escrita con un lápiz.
El Moche bebió el último trago del tequila y entró a la recámara con la curiosidad de un gato para buscar el agujero por el que se indicaba ingresar. La única manera de acceder era acostado y así se desplazó pecho tierra hasta la luz al final del túnel. El angosto pasadizo lo llevó hasta una compuerta detrás de la que había un jardín.
—¿Dónde estabas, niño?— preguntó una mujer agitada.
Inmediatamente reconoció esa voz de la infancia. Era su madre. 
Aunque pensó en explicarle que venía del futuro, prefirió quedarse en silencio.

Era hora de dormir y empezar una nueva vida.

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