viernes, 25 de octubre de 2019

Certamen


Participé en este Concurso y obtuve Mención en cuento. ¡Muchas gracias al jurado!





El bolso

Era muy delgada, alta y tenía el cabello suelto, que le llegaba casi a la cintura.
Apresurada,  empujó la puerta de la clínica y entró. Llevaba colgada en un hombro, un gran bolso de colores, con lentejuelas bordadas y cintas trenzadas.

Esa mañana estaba muy concurrida la sala de entrada, y el calor agobiaba detrás de los vidrios gruesos que daban a la calle. Yo estaba sentada en uno de los mullidos sillones esperando mi turno para atención. La espera era larga, pero había llevado un libro para saciar mi aburrimiento esa mañana- Confieso que la lectura no me atrapaba, no por el contenido, sino porque prefería aprovechar el tiempo mirando a la multitud que entraba y salía del lugar.

Parecía que las fiestas que se aproximaban, hacían adelantar todos los estudios y consultas médicas, para no dejarlas  para el enero caluroso que estaba pronosticado.
Gente en jean, en ojotas, en sandalias, en zapatillas, y hasta en botas, con ese calor…Gente con remeras, con camisas, uniformes, enfermeras, médicos, y hasta un par con un abrigo, por la dudas. Gente caminando, en silla de ruedas, en camilla, corriendo, niños, viejos, jóvenes. De todo un poco. Pero entró ella. La que tenía el bolso.

Miró hacia todos lados, y se dirigió al mostrador.

-           Buenos días, ¿cómo está usted? -le dijo al de vigilancia- vengo al piso de internación.

El hombre la miró y miró su bolso. Otra vez el bolso. La miró a ella, como si no la viera, pero estaba frente a él. Le sonrió y le dijo:

-           Primer piso, señora, por aquella escalera.

Cuando quiso mostrarle la escalera, al mujer ya no estaba. De golpe, toda la sala quedó en silencio, una brisa suave y fresca entró por la puerta y sació el calor por un instante. Desde la planta baja, se escuchaba una gaita, muy suave, que sonaba a compás de aplausos débiles, pero sentidos.

La mañana se había transformado en música, el sonido de la gaita se deslizaba delicadamente por todas partes, hasta paralizar a quienes entraban y salían del lugar.
Apenas duró unos minutos. Alcanzó. Suficiente. La mujer bajó las escaleras y todo volvió a la normalidad.

Cuando se asomó al escalón de abajo, cerró su bolso y empujó la puerta de entrada para salir. Una suavísima  pluma blanca quedó atrapada en la bisagra de la puerta enorme de vidrio.
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©Silvia Vázquez
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