Festejaban a su manera, riéndose y
sacándose fotos en cada esquina con el celular. Posaban indiferentes a
quienes pasaban a su alrededor. Sus diecisiete años florecían en su cara tostada por el sol de la tarde. Tenía las
piernas largas y torneadas, que asomaban por debajo de la minifalda prohibida tapada
por el delantal que llevaba al colegio.
Era la tercera vez que la camioneta pasaba por al lado de ellas.
Las miraban, les decían cosas . Ellas sonreían, y seguían caminando para el
lado de la Márquez.
Todavía era de día. Muchos autos y camiones venían del lado
del norte, era la hora del regreso a casa. Todos pasaban apurados.
Cruzaron la avenida. En la estación de servicio, estaba parada la
camioneta. Los muchachos se bajaron y
entraron al local. Ellas siguieron su marcha.
Melina entró a su casa a mitad de cuadra y Lorena siguió con ella hasta
la siguiente esquina.
Se hizo de noche. Francisco llegó a casa temprano. Lo esperaba
Nora, para abrirle el portón. Entro el auto y preguntó por Jessi.
-
No llegó todavía, me extraña que se
retrase, pensé que la traías vos de paso.
-
No, no pasé por la escuela, vine
directo. ¿No se habrá quedado en a casa de Melina?
-
No creo, si se queda me avisa. Ya me
está preocupando.
-
Esperá que la llamo a Meli…No, ahí
no está, dice que ella siguió para casa. Qué raro, ya tendría que haber llegado
hace media hora.
El sol se ocultaba detrás de los eucaliptos de la autopista.
Ninguna noticia de Jessi. Francisco había salido a recorrer el barrio, pero no
la encontró. La lista de los teléfonos de los compañeros de curso se había
terminado. En la estación de servicio, le dijeron que las habían visto pasar,
pero que nada les había resultado extraño.
Ya noche cerrada, decidieron ir hasta la comisaría. Por suerte no
había mucha gente esperando y el oficial los atendió rápido. Le tomó un rato
explicarles que “todavía” no podían hacer la denuncia, porque aún no había pasado
el tiempo legal .
Los gritos se escuchaban desde la calle. Intentaron calmarlos. Les
pidieron que esperaran, que el móvil de la zona estaba dando su última vuelta
del turno y que iban a ver si la veían por ahí, extraoficialmente, claro.
Pasaron unas horas. La angustia era cada vez mayor. Jessi no
aparecía, y las chicas ya habían ido con sus padres hasta la comisaría a
explicarles cuál fue su recorrido hasta llegar a las casas. Aparentemente nada
estaba fuera de lo normal. Melina se acordó que una camioneta las había seguido
antes de cruzar Márquez. Los oficiales corrieron al móvil y salieron hacia la
zona de las lagunas del fondo.
La gente en las casillas de madera, salió a ver qué pasaba. Los
perros ladraban al escuchar la sirena. Los policías bajaron del auto, armas en
una mano y reflector en la otra.
Buscaron en medio de los eucaliptos que
rodeaban la laguna. La noche nublada les complicaba la tarea, pero no se
amilanaron. Se dividieron en dos grupos. Uno fue hacia la autopista, el otro
siguió buscando por el lado del relleno.
Francisco y Nora, esperaban en la comisaría las novedades. Tomados
de la mano, rezaban por su hija, no era fácil contenerles el llanto, a pesar
que la oficial les insistía con un té caliente para calmarlos un poco.
Nora sintió un fuerte dolor en el pecho.
-
La encontraron, se que la
encontraron, le dijo a Francisco. Por favor
llamen al móvil.
-
Tranquila señora, ellos nos avisan
si hay novedad.
Detrás de la fila de árboles que dividían la autopista del relleno,
encontraron el cuerpo de una mujer. Estaba boca abajo, semidesnuda, morada . La
dieron vuelta. Dentro de su vientre abierto y vacío , envuelto en una bolsa del
super, había un paquete con dinero y una nota que decía:
“ Perdonen, es nuestro trabajo”.
©Silvia Vázquez
Publicado en el libro "Rocío de palabras" 2012
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