jueves, 31 de octubre de 2019

Susana Grimberg: “La envidia y el resentimiento, socios para la destrucción”.




                                                                        “Nada en la Tierra consume a un hombre más rápidamente que la pasión del resentimiento”. Friedrich Nietzsche.



Comprobamos, día a día, que el ser humano no es un ser manso, capaz de defenderse si lo atacan, sino que lo que lo caracteriza es una importante cuota de agresividad además del rechazo al diferente al que suele percibir como un enemigo.



Freud, dijo con la claridad que lo caracterizaba, que el prójimo no dejaba de ser una tentación para satisfacer en él su propia agresión, explotar su fuerza de trabajo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, y hasta asesinarlo.


¿Quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, osaría poner en entredicho tal apotegma? Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibir la agresividad, desenmascara a los seres humanos como animales salvajes que no respetan ni a los miembros de su propia especie. Quien evoque los horrores de la última Guerra Mundial, no podrán no aceptar la verdad objetiva de esta concepción.


A causa de la existencia de esta inclinación agresiva, inherente a la hostilidad primaria de los seres humanos, la sociedad se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución, aseveró Freud.


Tengo que insistir, como escribí en otras notas, que es por la caída de la función paterna en el orden de la cultura, que los hechos de violencia en la Argentina y en el resto del mundo, han ido en aumento. Pero ¿qué es un padre sino aquél que sabe transmitir el deseo de vivir? ¿Qué es un padre sino aquél que transmite el respeto a la vida propia y a la vida de los otros?




Si hay algo del orden de la función paterna, es la transmisión de valores. Y, cuando digo función paterna, incluyo también a la madre pues ella, por haber tenido un padre, estaría habilitada para ejercer esa función. Una función que pone en juego el “No”, el “No” como límite que impide cualquier acto que conlleve la destrucción del otro. Es más, es a partir del “No” que puede sostenerse el “Amarás a tu prójimo”, fundamento esencial a toda cultura.


Se habrán dado cuenta que no escribí “como a ti mismo”, pues poco podemos decir sobre cuánto puede amarse una persona a sí misma.

Sigmund Freud, en “El malestar en la cultura”, nos plantea que uno de los reclamos ideales de la sociedad: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; no deja de despertar, un sentimiento de asombro y extrañeza. ¿Por qué hacer eso? ¿De qué valdría? ¿Cómo llevarlo a cabo?

El amor es algo valioso y no se puede desperdiciar sin pedir cuentas. El sujeto humano piensa que si ama a otro, ese otro debe merecerlo de alguna manera. Y lo merece sí, en aspectos importantes, puede amarse a sí mismo a través de él.

La envidia y el mal de ojo.


Para acercarnos al término envidia, leemos en el diccionario etimológico de J. Corominas, que procede del latín invidia, derivado de invidere, que significa "mirar con malos ojos, con envidia" y éste, de videre, “ver”. (Diccionario etimológico de Joan Corominas). Quien está invadido por este sentimiento, mira con “malos ojos” las cualidades, éxitos o posesiones de los demás, lo cual le lleva a acumular rencor, resentimiento y una profunda insatisfacción. Por otra parte, el afectado por la envidia oculta sus emociones y se niega a aceptar el despecho que le produce que otro sea merecedor de algún reconocimiento.
Como sabemos, desde una edad muy temprana, son los padres los que enseñan a sus hijos a valorar lo propio y a luchar por alcanzar las metas que se proponen, lo cual se traduce en mantener alta la autoestima. De no suceder de este modo, el niño descalificado por sus padres, puede llegar a sentirse tan devaluado, que aspire a ser y a poseer lo que los otros tienen.


En este punto, viene bien recordar la importancia de la educación, entendida, entre otras cuestiones, como la transmisión de valores. Pese a ello, mucha gente cae las redes de la envidia, de desear poseer lo que el otro tiene, de odiarlo porque tiene lo que no se tiene, de desear que le vaya mal en sus aspiraciones.
Sabemos que un padre se siente realizado con los logros de los hijos pero, si rivaliza con ellos ya sea por la edad o por el éxito en lo que emprenden, se autodestruye como padre porque a lo que él debería aspirar es a que el hijo lo supere, que tenga los elementos necesarios para ser, incluso, mejor que él.

En nombre de la igualdad.


Si un rey o el príncipe provocan envidia no es sólo por sus privilegios, sino porque el que lo envidia, también querría ser rey.

S. Freud, (Psicología de las masas y análisis del Yo) dirige la mirada hacia la brutalidad y crueldad de la guerra y dice que “un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales no habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices. Incluso, atribuye estos horrores a la envidia originaria. “Ninguno debe querer destacarse, todos tienen que ser iguales y poseer lo mismo”.


Esta exigencia de igualdad es, por otra parte, la que propiciaron y propician los estados totalitarios que no respetan las diferencias necesarias para que cada uno, con su singularidad, pueda acceder a sus sueños. No hay que obviar que la exigencia de igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman, no para el conductor. Todos tienen que ser iguales entre sí, casi un solo cuerpo, pero todos claman por un líder, diferente de todos, que es el que los mantendrá unidos.


El psicoanalista Jacques Lacan, en el seminario “Los cuatro conceptos fundamentales” desarrolla el tema de la envidia y dice que al hablar del mal de ojo, hay que tener en cuenta que la mirada en sí, petrifica al otro. El mal de ojo es el fascinum, aquello cuyo efecto es detener el movimiento y, literalmente, “matar a la vida”.
Es interesante pensar en que, cuando se hace referencia a la envidia, se puede asociar con el hecho de que con el ojo, óculo, se puede inocular o inyectar veneno.


Rasgos con los que suele identificarse al argentino.


El abogado y periodista Carlos Mira escribió para The Post (26-10.2019), que “la Argentina no tiene un problema económico o social o político. Tiene un problema médico” (…) “que le impide resolver lo que no son otra cosa que los efectos de esa causa madre que es lo que los argentinos prefieren; la pobreza. Sin embargo, “lo que mayoritariamente sobresale, lo que culturalmente predomina, es una oposición a la riqueza” aunque, “la riqueza que los argentinos repugnan es la que se produce como fruto del éxito lícito. Paralelamente entonces al tipo de “rico” que el argentino odia es al que obtuvo su riqueza por la vía del triunfo en la vida laboral legal”. Y agrega que “el prototipo del argentino que es resistido socialmente (“resistido” viene de “resentimiento”) es aquel que tuvo éxito material en la vida por la vía del trabajo lícito. Es ése el, según el Papa Bergoglio, “defeca el “estiércol del diablo”. Por ese motivo, a ese sujeto hay que bajarlo de donde está y, por supuesto, nunca va a ser un modelo a imitar sino “un arquetipo al que envidiar, maldecir y destruir”.
Entonces, lo que algunos argentinos estarían buscando sería “una pobreza tolerable igualmente distribuida”, una pobreza “hasta ahí”, igual para todos, excepto para el líder o para los “ricos” ante los que ellos no resisten o, como escribió Mira, no tienen “resentimiento” contra ellos: funcionarios corruptos, sindicalistas mafiosos, diversos personajes del submundo ilegal.


No voy a transcribir el artículo pero sugiero que lo lean porque posibilita pensar estas cuestiones tanto desde un punto de vista histórico como sociológico: la viveza criolla o la apiolada porteña, reflejo de querer vivir siempre por fuera de la Ley.

Quiero concluir con este pensamiento de Edgar Allan Poe que mencioné en notas anteriores:


“El hombre es un animal que estafa, y no hay otro animal que estafe además del hombre”.


Y esta reflexión de Nelson Mandela:


“El rencor es como tomar veneno y esperar que mate a tus enemigos”.


Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora y columnista.

http://www.radiosentidos.com.ar/…/a-la-vuelta-de-la-esquina/


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