Participé en este Concurso y obtuve Mención en cuento. ¡Muchas gracias al jurado!
El bolso
Era muy delgada, alta y tenía
el cabello suelto, que le llegaba casi a la cintura.
Apresurada, empujó la puerta de la clínica y entró.
Llevaba colgada en un hombro, un gran bolso de colores, con lentejuelas
bordadas y cintas trenzadas.
Esa mañana estaba muy
concurrida la sala de entrada, y el calor agobiaba detrás de los vidrios
gruesos que daban a la calle. Yo estaba sentada en uno de los mullidos sillones
esperando mi turno para atención. La espera era larga, pero había llevado un
libro para saciar mi aburrimiento esa mañana- Confieso que la lectura no me
atrapaba, no por el contenido, sino porque prefería aprovechar el tiempo
mirando a la multitud que entraba y salía del lugar.
Parecía que las fiestas que se
aproximaban, hacían adelantar todos los estudios y consultas médicas, para no
dejarlas para el enero caluroso que
estaba pronosticado.
Gente en jean, en ojotas, en
sandalias, en zapatillas, y hasta en botas, con ese calor…Gente con remeras, con
camisas, uniformes, enfermeras, médicos, y hasta un par con un abrigo, por la
dudas. Gente caminando, en silla de ruedas, en camilla, corriendo, niños,
viejos, jóvenes. De todo un poco. Pero entró ella. La que tenía el bolso.
Miró hacia todos lados, y se
dirigió al mostrador.
- Buenos días, ¿cómo está usted? -le dijo al de vigilancia-
vengo al piso de internación.
El hombre la miró y miró su
bolso. Otra vez el bolso. La miró a ella, como si no la
viera, pero estaba frente a él. Le sonrió y le dijo:
- Primer piso, señora, por aquella escalera.
Cuando quiso mostrarle la
escalera, al mujer ya no estaba. De golpe, toda la sala quedó en silencio, una
brisa suave y fresca entró por la puerta y sació el calor por un instante.
Desde la planta baja, se escuchaba una gaita, muy suave, que sonaba a compás de
aplausos débiles, pero sentidos.
La mañana se había
transformado en música, el sonido de la gaita se deslizaba delicadamente por
todas partes, hasta paralizar a quienes entraban y salían del lugar.
Apenas duró unos minutos.
Alcanzó. Suficiente. La mujer bajó las escaleras y todo volvió a la normalidad.
Cuando se asomó al escalón de
abajo, cerró su bolso y empujó la puerta de entrada para salir. Una
suavísima pluma blanca quedó atrapada en
la bisagra de la puerta enorme de vidrio.
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